El Papa Francisco alertó hoy contra los “charlatanes” que ofrecen soluciones inmediatas a los sufrimientos, contra los “encantadores de serpientes” que se aprovechan de las emociones para esclavizar a las personas y el “falso remedio” de la droga.
El Papa lanzó estas advertencias en su mensaje anual con motivo de la Cuaresma, el tiempo litúrgico católico de 40 días antes de la Pascua, que fue publicado este martes por el Vaticano en 10 idiomas y que lleva por título “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”.
Entre otras cosas, el pontífice constató que muchos “hijos de Dios” se dejan fascinar por las “lisonjas de un placer momentáneo”, al que se le confunde con la felicidad.
“Cuántos hijos de Dios Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad”, indicó.
Denunció a los “falsos profetas” que ofrecen medicinas “completamente inútiles” como la droga, las relaciones amorosas de “usar y tirar”, las ganancias fáciles pero deshonestas, la vida virtual donde las relaciones parecen sencillas, pero resultan “dramáticamente sin sentido”.
Puso en guardia contra el engaño de la vanidad, que lleva a las personas a pavonearse haciéndoles caer en el ridículo del cual “no se tiene vuelta atrás”.
“Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar”, añadió.
Indicó que no debe sorprender porque el demonio es “mentiroso y padre de la mentira”, presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre: por eso todos deben examinar si se sienten amenazados por las mentiras de estos falsos profetas.
“Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien”, apuntó.
Más adelante cargó contra la avidez por el dinero, la “raíz de todos los males” que enfría los corazones y provoca un rechazo a los demás que se transforma en violencia contra el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a las propias expectativas.
Constató que esa violencia también se dirige contra la tierra, que es envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e intereses creados; los mares, que reciben los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas y los cielos, “surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte”.
Ante este panorama, el Papa llamó a los católicos a poner en práctica la oración, el ayuno y la limosna. Esto, siguió, alejará el egoísmo en las comunidades de fieles, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas y la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente.
“El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida”, ponderó.
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