Ciudad de México— Llevan apoyando a Andrés Manuel López Obrador seis, doce años, más. Vinieron del Estado de México, de Puebla, de Baja California, de los cerros de la Ciudad de México, para arroparlo. Pero los dejaron tras unas vallas de metal cuidadas por el Estado Mayor Presidencial, lejos de donde López Obrador se volvía, después de tanto luchar, tanto protestar, después de dos intentos, el presidente electo de México.
Entonces ellos, los obradoristas, que marcharon por él y lloraron los “fraudes”, se extrañaron.
“¡Esto no es lo que quiere Andrés Manuel!”, les gritó una señora a los militares y a los policías de Tránsito que mantenían en orden el corral.
El reclamo enciende a los obradoristas, que pregonan que al EMP le queda poco, que ya también se va, que el mismo López Obrador querría estar con el pueblo.
“Yo quería estar más cerca, pero pusieron las vallas y Andrés Manuel no quiere vallas”, asegura Fausto Salinas parado en la avenida Carlota Armero con su camiseta de Morena, alzando el cuello por arriba de los coches para medio oír, a través de las dos pantallas que instaló el Tribunal en la calle, qué ocurre en el Pleno del Tribunal amurallado.
Con Fausto están las señoras y los señores con sombrillas y muñecos de López Obrador que se disputan un lugar tras la valla. ¡Que bajen esas banderas!, les piden a gritos a los del Frente Francisco Villa; ¡que ya paren en tráfico, que los micros estorban!, piden a los policías; ¡que ya nos dejen pasar!, ruegan a los militares.
Y eso que la gente está tranquila, observa Estela Méndez, y aún así los encerraron.
“No debería de haber vallas porque la gente está pacífica aquí con nuestro líder moral; parece que no estamos en un país democrático, sino en Venezuela”, compara.
Y como si no hubieran cambiado las cosas, dice; como si no hubieran transcurrido seis años desde que Enrique Peña Nieto llegó en helicóptero a recoger su constancia, y doce años desde que los perredistas arrojaron huevos y monedas al recinto judicial en repudio a Felipe Calderón.
“¡Quisiéramos que Pinochet ya se vaya a Chile y nos deje a los mexicanos!”, dice a los soldados Ricardo Bustos, que vive en la unidad habitacional que se ubica frente al Tribunal y que una vez más quedó cercada.
En septiembre de 2012, López Obrador afirmaba que la desobediencia civil es un honroso deber contra los ladrones de la esperanza. Ahora, al recibir la constancia de presidente, a la tercera, rinde un homenaje al pueblo, allá afuera, por su vocación democrática, por su civismo, por su republicanismo, según dice en el Pleno.
El morenista afirma que su Gobierno dará preferencia a los olvidados, a los más pobres de México.
A las vallas llega María Teresa Sánchez, de 72 años, para agradecerle por la ayuda de 800 pesos mensuales que, siendo Jefe de Gobierno, le dio López Obrador para comprar las medicinas para su hijo que padecía epilepsia.
“Yo sí le quiero agradecer a Andrés Manuel las ayudas, porque llegaron en su momento, y ahora pienso que es el momento para él también; en algo le correspondemos, porque no se vale que, después de lo poquito que nos ayudó, ahora nosotros no le respondiéramos; teníamos que hacerlo”, dice.
Marco Antonio, su hijo, murió a los 18 años, pero la gratitud permanece.
“Quiero decirle a Andrés Manuel que gracias por la ayuda que recibió mi chamaco; y yo sé que él también, desde donde está, lo está ayudando; yo lo he encomendado mucho con él: ‘cuídamelo’, le digo, ‘gracias a él tuviste medicina, entonces ayúdame a cuidármelo'”, recita.
Fuente: diario.mx