Doña Carmen: El telar que se desgarró en Palacio

Por: Doña Carmen, desenredando un ovillo de estambre en su sillón de tule.

Por: Doña Carmen, desenredando un ovillo de estambre en su sillón de tule.

Me contaron un chisme que en Palacio Nacional hay más enredos que mi madeja después de que el gato se puso a jugar con ella. ¡Y eso que apenas son rumores! Pero ya se sabe: cuando el río suena, no es piedra… es portazo de rencor.

Dicen que allá adentro, entre paredes de mármol, dos voces se trenzaron como pleito de comadres:

—“No presidenta. Si eso pasa, me voy… haciendo ruido” —dijo uno (seguro con la corbata más apretada que la conciencia).
—“Vete a donde quieras. A la oposición, si te aceptan. Aquí ya no te queremos” —le respondió la jefa, con un frío que hasta los retratos de los héroes deben haberse erizado.

Y luego, ¡el remate!:
“Yo puedo destruir al movimiento. Soy muy valioso para ustedes. Sé de muchos… y de todos.”
¡Híjole! Eso no es advertencia, es chantaje con olor a rancio, como guiso olvidado en el refrigerador. Pero la respuesta fue más cortante que cuchillo para mole:
—“Pues te auditamos… y que Omar se haga cargo. Tú sabrás.”

¡Uy! La palabra “auditoría” en boca del poder es como anunciar huracán el día de una boda.

Y entonces vino el silencio… Ese silencio espeso, como cuando se cae un plato de pozole en plena cocina.
“Gracias”, murmuró el amenazador, y luego… ¡zas! La puerta se azotó con tal fuerza que retumbó hasta en el Zócalo. ¿Se imagina? Hasta el Ángel de la Independencia habrá pensado: “Otra vez estos ruidos.”

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Esto no es drama. Es síntoma de podredumbre. Como fruta bonita por fuera, pero llena de gusanos por dentro.
El chantaje convertido en moneda: “Sé tus secretos”.
La lealtad medida en carpetas: si no sirves, te auditan.
Y la puerta que se cierra… no con llave, sino con cicatriz.

¡Y luego dicen que la transformación era nueva!
Esto es el mismo circo, pero con payasos distintos: amenazas, miedo, y al final, un apretón de manos más falso que billete de chocolate.

No se engañen: un nudo en el hilo del poder siempre termina en tijeretazo… y en el mantel de la nación. Pero hay algo más viejo que estos juegos palaciegos: “El que amenaza con irse, ya tiene las maletas hechas… y el que lo despide, ya tiene sustituto bajo la manga.”

Así que, mientras ellos allá arriba se reparten culpas como tamales calientes, nosotros aquí abajo… a cuidar la olla de frijol, que es la única que no tiene auditoría.

Mientras desenreda lana y escucha ecos de portazos lejanos,
Doña Carmen
Tejedora que sabe que los hilos rotos del poder nunca se remiendan con silencio.

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