
Mire usted, ya viene la Navidad y, entre luces, villancicos y promesas de paz, una no puede evitar preguntarse qué le pedirán al Niño Dios los señores del poder, después del año que nos hicieron pasar. Porque si algo no faltó fue el discurso bonito, pero de resultados mejor ni hablamos. Así que, con el permiso de usted, aquí va la lista de lo que seguramente están escribiendo en sus cartitas, con letra fina y conciencia ligera.
Para la Presidenta y su círculo cercano, seguro están pidiendo un diccionario nuevo donde la palabra “austeridad” no signifique hoteles de lujo en el extranjero ni vuelos en primera clase. También un espejo mágico que, en lugar de decir “eres el más hermoso del reino”, les pregunte sin rodeos si de verdad están seguros de ese nombramiento, de ese contrato o de ese compadre tan recomendado.
Para los diputados fantasma, esos que sólo aparecen cuando hay foto o sesión por Zoom, el regalo ideal sería un curso exprés sobre cómo usar la silla del Congreso sin que junte polvo. De paso, un despertador con alarma diaria que les recuerde que su dieta, su aguinaldo y su curul dependen de que se presenten a trabajar, no de que manden comunicados.
Para los ministros de la Corte, nada mejor que un manual práctico titulado “Cómo decidir sin llamar por teléfono”, acompañado de unos lentes de aumento para leer las leyes completas antes de interpretarlas al revés o acomodarlas según la conveniencia del momento.
Para los gobernadores gastadores, esos que recorren el mundo mientras sus estados se caen a pedazos, una calculadora especial que convierta automáticamente el costo de sus viajes en escuelas, hospitales y carreteras. Y un GPS con memoria, que les recuerde que sus estados existen más allá de las fotos para la prensa y los eventos con aplausos pagados.
Para los secretarios de Seguridad tan buenos para justificarlo todo, un reloj que marque 25 horas al día, para que ya no digan que la violencia ocurrió “fuera de horario”. Y un megáfono permanente que repita sin descanso que la seguridad no tiene turno, ni excusas, ni días festivos.
Para los funcionarios de obras invisibles, esos que inauguran lo que no se ve, un kit de realidad virtual donde puedan observar baches, fugas de agua y colonias sin drenaje, sin tener que salir de sus oficinas con aire acondicionado. También una brújula que apunte al norte de la necesidad pública y no al sur de los intereses privados.
Para los políticos con doble nacionalidad y lealtades flexibles, un rompecabezas con la bandera de México por un lado y la de España por el otro, para que sigan practicando eso de tener patrias por conveniencia, según sople el viento o apriete la justicia.
Para los candidatos permanentes, esos que siempre están en campaña aunque no haya elecciones, un disfraz nuevo para 2027, aunque sea el mismo de siempre con otro color. Y un curso intensivo de memoria, para que recuerden sus promesas pasadas antes de inventar las nuevas.
Para todos en general, una dosis masiva de vergüenza, envuelta en papel de regalo transparente, para que no puedan fingir sorpresa. Y un villancico actualizado que, en lugar de “Noche de paz”, cante “Noche de rendición de cuentas”, a ver si así se les pega algo.
Y si el pueblo pudiera regalarles algo, que no fuera despensa ni aplausos, sería una caja fuerte llena de consecuencias por cada mal gasto, un bosque de verdades que crezcan más rápido que sus mentiras y un espejo de realidad que les muestre el México de a pie, el que madruga, el que sufre y el que ya está cansado. Porque al final, mire usted, no es mucho pedir: sólo que algún día, además de regalos, nos traigan resultados.
¡Feliz Navidad! Que la paz no sea solo un deseo, sino una lucha diaria. Y que el nuevo año nos encuentre más unidos en la demanda de lo que merecemos: un país donde la justicia no sea un lujo, sino un derecho.
Doña Carmen
Ciudadana que aún cree en los milagros… pero más en la justicia humana.











