La historia del Panteón del Saucito: arte funerario, leyendas y sus tumbas famosas

Un recorrido profundo por el cementerio más antiguo de la capital potosina, sus monumentos, mitos y personajes que descansan en él.

El Panteón del Saucito, inaugurado el 16 de septiembre de 1889 en San Luis Potosí, no es solo un camposanto. Sus pasillos, mausoleos de mármol de Carrara, esculturas de “dolientes” y leyendas urbanas como la del limosnero Juan del Jarro o la niña Poleth, lo convierten en un archivo viviente de la memoria social, artística y sobrenatural de la ciudad. Este artículo explora su origen, su arquitectura funeraria, sus personajes célebres y los relatos que siguen atrayendo visitantes cada Día de Muertos.

Origen y consolidación (1885–1910)

Aunque en el siglo XIX existían varios cementerios de barrio, su saturación y los problemas sanitarios llevaron al Ayuntamiento a proponer un panteón moderno. Durante el gobierno del general Carlos Diez Gutiérrez, y con la participación del empresario Matías Hernández Soberón, se levantó el nuevo cementerio cerca de la ermita de Nuestro Señor de Burgos del Saucito. Fue inaugurado el 16 de septiembre de 1889 —en el marco del XCVII aniversario de la Independencia— y abrió al público el 12 de octubre de ese año.

La historiografía local y académica sitúa su trazo y primeros monumentos en el contexto porfiriano: amplias avenidas, mausoleos con repertorios neoclásicos y neogóticos, mármoles importados y un programa simbólico de virtudes, ángeles y “dolientes” que reflejaban los valores de la élite potosina frente a la muerte.

Un museo de arte funerario a cielo abierto

Diversas investigaciones del Colegio de San Luis (COLSAN) y tesis universitarias han documentado la riqueza del Saucito: esculturas en mármol de Carrara y cantera; mausoleos de varios cuerpos; rejas artísticas; y una iconografía que mezcló tradición católica, influencias europeas y emblemas cívicos. Un nombre aparece una y otra vez: los Hermanos Biagi (Domingo, Dante y Giuseppe), taller de mármoles italianos que, establecido en San Luis Potosí a inicios del siglo XX, surtió piezas y conjuntos emblemáticos hoy visibles en la primera sección del panteón.

Las crónicas culturales actuales describen al Saucito como un espacio con un pasillo central donde se dispusieron originalmente las fosas de “primera a quinta clase”, con secciones posteriores y una fosa común; esta geografía funeraria refleja la jerarquía social de su tiempo.

Organización social y comunidades migrantes

Además de familias prominentes locales, en el Saucito yacen inmigrantes chinos, japoneses, rusos, españoles, irlandeses y judíos, testimonio de corrientes migratorias que marcaron la economía y la vida urbana de San Luis Potosí a finales del siglo XIX e inicios del XX. Esta pluralidad añade múltiples capas de significado al lugar: memoria urbana, internacionalización —por pocos años— y expresiones funerarias distintas.

Tumbas y personajes célebres

La prensa local ha identificado sepulcros particularmente visitados por su valor histórico, artístico o devocional. Entre ellos figuran el gobernador Carlos Diez Gutiérrez (impulsor del panteón), el ingeniero-gobernador Blas Escontría (director del Instituto Científico y Literario), el doctor Salvador Nava (dos veces alcalde y referente cívico), la bailarina Lila López (promotora cultural), la llamada “esposa solitaria” del poeta Manuel José Othón, el limosnero Juan de Dios Azíos (“Juan del Jarro”) cuyas flores y promesas se concentran cada 2 de noviembre, y el ciudadano francés J. Tessier, cuyo mausoleo con busto y efigies femeninas es de notable iconografía.

Leyendas vivas del Saucito

La tradición oral que acompaña al Saucito sigue creciendo y resignificándose cada temporada de muertos. Entre las más documentadas están los siguientes relatos:

  1. El general Silverio Ramírez y los “rituales del amor”: militar conservador de la Reforma, su tumba de 1896 —y la de su esposa Manuela Adame— atrae a parejas y devotos que, según la creencia popular, le piden favores amorosos y depositan flores para no contrariar a su mujer.

  2. Juan del Jarro, el limosnero milagroso: figura urbana convertida en símbolo de solidaridad; a su tumba y estatua en el Centro Histórico se le atribuyen predicciones y ayuda a los necesitados.

  3. Poleth Viridiana, “la mensajera de los olvidados”: una niña que murió a los 8 años en 1999; su pequeña capilla, apodada “la casita de las muñecas”, se llena de juguetes y recados. Muchas personas relatan sueños y favores atribuidos a ella.

  4. La Bruja del Saucito: relatos contemporáneos agrupan apariciones, ruidos y “pesares” nocturnos en casas del barrio que colinda con el panteón; la prensa local la recoge como leyenda persistente que conecta con imaginarios de brujería en la región.

Estas leyendas no sólo se cuentan por entretención: forman parte del tejido cultural popular, de rituales urbanos y de una relación especial que la comunidad mantiene con el espacio funerario.

Iconografía y “dolientes”: claves de lectura

Los estudios de COLSAN y de historia del arte recomiendan leer el Saucito como repertorio simbólico: ángeles psicopompos, virtudes teologales, guirnaldas (triunfo póstumo), coronas (memoria), liras (armonía), ampollas y antorchas invertidas (vida extinguida), y las célebres figuras de “dolientes” —mujeres meditativas o con niños— que simbolizan consuelo, esperanza y resignación. Parte de este lenguaje se asocia a talleres como el de los Biagi y al gusto porfiriano por el mármol de Carrara.

El Saucito hoy: recorridos, conservación y retos

Autoridades y colectivos culturales han promovido recorridos guiados (diurnos y temáticos) para divulgar el valor patrimonial del panteón. Cada temporada de muertos aumenta la visita a sus monumentos más emblemáticos y a las tumbas “de devoción”.

El reto señalado por crónicas y académicos es la conservación preventiva: control de vegetación, vandalismo y robo de piezas metálicas, así como la necesidad de inventarios actualizados y restauración especializada.
El Panteón del Saucito, por su riqueza patrimonial y su carga simbólica, exige tanto el reconocimiento de la comunidad como la acción institucional para su preservación.

Un espejo de la ciudad

El Panteón del Saucito no es sólo lugar de descanso de miles de almas potosinas, es también un espejo de la ciudad: sus migraciones, sus élites, sus tradiciones, sus leyendas. Visitarlo es adentrarse en un capítulo vivo de San Luis Potosí, especialmente durante el Día de Muertos, cuando la memoria se ilumina y los recuerdos asoman bajo la frondosa sombra de mármoles, estatuas y árboles. Cada mausoleo, cada figura esculpida, cada tumba de devoción es una invitación a entender que la muerte no es el fin, sino un espacio en el que la historia, la devoción y la cultura dialogan.

Para que estas voces continúen vivas y se respeten las generaciones futuras, es indispensable promover la consciencia patrimonial, entender su valor simbólico y garantizar que sus monumentos no se pierdan en el olvido. El Panteón del Saucito permanece, día y noche, testigo de memorias que todavía tienen mucho que contar.

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