Doña Carmen: Cuando la casa se parte en dos

Por Doña Carmen, desde su banqueta favorita, remendando un pantalón mientras el sol calienta las piedras.

¿Sienten lo pesado que está el aire últimamente? Como si hasta el cielo se hubiera puesto de luto. Hoy quiero hablarles de algo que me quita el sueño: este México roto, donde ya no nos hablamos… solo nos gritamos etiquetas. “Chairo”, “fifí”, “neoliberal”, “adoctrinado”… ¡Palabras que cortan más que navajas! Y mientras tanto, la violencia sigue matando hijos en las esquinas donde antes jugábamos a las canicas.

La tienda de Don Beto, que antes era un lugar de risas, hoy se ha vuelto un campo de miradas torcidas. Si llevas playera roja, los de verde te ven feo; si llevas verde, los rojos te fruncen el ceño. ¡Hasta por un refresco hay tensión! Ayer escuché a dos chamacos de primaria insultarse:
“¡Tu papá es un prieto ignorante!”
“¡El tuyo es un vendepatrias!”
¿Quién les enseñó eso? Se me heló la sangre. Donde antes había un parque, ahora hay bardas con alambre de púas. “Por seguridad”, dicen. Pero yo sé que también es por miedo al vecino.

No es solo la sangre en los periódicos… es el veneno en el corazón. Gente que odia a media nación por un meme, por una consigna, por lo que dijo un líder en la tele.
¿Y las verdaderas batallas?: la escuela donde faltan maestros; el hospital donde mueren esperando un medicamento; el joven que prefiere al narco porque no hay trabajo. Esas urgencias gritan… ¡y nadie las escucha entre tanto grito político!

Pero quiero creer en los puentes.
En la maestra Refugio, que en su aula humilde junta a los niños y les dice: “Aquí nadie es color… todos somos lápices para dibujar México.”
En Don Jesús, el panadero, que siempre mete un pan extra en la bolsa de la señora del otro partido: “El hambre no tiene bandera.”
En los jóvenes del taller mecánico, donde morenistas y panistas arreglan carros juntos: “Aquí lo que importa es la llave que ajusta, no la ideología.”

Esto es como un tejido roto: si solo jalamos los hilos de nuestro lado, el agujero se hace más grande. Pero si bordamos juntos —punta a punta, con paciencia— puede nacer un arreglo más fuerte que el original.

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¡Falta educación!, sí… pero no de libros gordos. Falta educar el alma: que un niño entienda que criticar no es odiar; que un gobernante comprenda que servir no es enriquecerse; que todos recordemos que un valor no se lleva en la camiseta… se vive en los actos.

Mientras remendaba el pantalón de mi hijo —ese que se rasgó jugando futbol con niños “del bando contrario”— pensé:
“Un país no se divide por ideas… se divide por falta de amor a lo esencial.”

Y lo esencial es esto:
Que ninguna bandera política vale más que la vida de un joven.
Que ningún discurso llena ollas vacías.
Que la única polarización que necesitamos es la que une polos opuestos: norte y sur, rico y pobre, izquierda y derecha… para construir un solo México.

Ojalá los poderosos entiendan: su lucha no es por aplausos en mítines, sino por el futuro de nuestros nietos. Que dejen de ver enemigos donde hay hermanos. Que inviertan en libros, no en balas; en puentes, no en muros; en diálogo, no en monólogos.

Porque, al final… ¿de qué sirve ganar elecciones si perdemos la patria?

Con un nudo en la garganta y las manos dispuestas a tejer paz,
Doña Carmen
Vecina de la cuadra donde aún creemos que el respeto es la mejor política.

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