Por Doña Carmen, asomada a su ventana con una cubeta en la mano, viendo cómo la calle se convierte en río
¿Ustedes también sienten esto? No es solo el agua lodosa que se mete en las casas… es el desamparo que inunda el corazón. Mientras nosotras sacamos cubetas de desesperación, don Enrique Galindo otra vez brilla por su ausencia. Como si las crisis tuvieran visa para esperarlo.
Las lluvias no avisan, pero él sí se va. Justo cuando los drenajes revientan, cuando los baches se vuelven trampas y las colonias claman por agua potable, el alcalde despliega sus alas… de avión, claro está.
Presume premios como ese de la “Escoba de Platino” mientras nuestras calles se hunden en la basura y el abandono. Ironía que ni el mejor comediante escribiría. Y en lugar de dar respuestas claras, los funcionarios de la Unidad Administrativa Municipal sólo susurran “sí, otra vez se fue”, como si confesaran un pecado. ¿Acaso nos creen niñas a las que se les puede esconder la verdad?. Digo yo, ¿Cómo es posible que tengamos tanta premiadera afuera y tanto olvido adentro? Eso es como tener diploma de buena madre y tener a los hijos sin lonche.
Pero así es esto. Como decía mi abuela, “el molcajete no sirve pa’ presumir, sino pa’ moler”. Y aquí nos dieron un molcajete de adorno. Uno que nomás brilla en los eventos, pero que no machaca ni un tomate.
Aquí, en el barrio, lo vivimos en carne propia. Doña Chabela lleva tres días sin agua, pero el alcalde sí tiene para sus lujos en el extranjero. El carrito de don Jesús se desbarrancó en un bache tapado por la lluvia. “¿Y el gobierno?”, grita. Y el eco responde: “De viaje”. Los niños juegan a saltar charcos de aguas negras… ojalá no terminen enfermos como el hijo de Lupita.
Pero lo más grave no es que el presidente municipal viaje. Es que repite el mismo guión, como telenovela de mediodía. Capítulo uno: emergencia. Capítulo dos: alcalde Galindo sonriendo en el aeropuerto. Capítulo tres: funcionarios escondiendo verdades. Y el final siempre es el mismo: el pueblo pagando los platos rotos.
Yo digo, ¿de qué sirve tanto viaje si no aprendió nada? Porque mire, a mí me gusta que la gente progrese, que salga, que aprenda… pero también hay que saber regresar y ponerse las pilas. Porque gobernar no es solo andar cortando listones o saliendo en fotos con sonrisota de quinceañera, sino estar donde se necesita. Como decía mi difunto: “El que no atiende su casa, se la comen las cucarachas”. Y aquí en la ciudad ya estamos en plaga.
Los únicos que realmente dan la cara son los héroes anónimos. Los barrenderos que sacan basura del drenaje con las manos. Las vecinas que organizan turnos para bombear agua. El joven en moto que reparte garrafones donde nadie entra. Ellos sí merecen una escoba de platino… de las verdaderas.
Gobernar es como sostener un paraguas en plena tormenta. Si el que lo lleva huye, los de abajo se empapan. Si el paraguas es de papel, ni cubre ni protege. Pero si se comparte el mango, aunque la lluvia caiga con fuerza, todos nos podemos resguardar juntos.
Hoy, mientras salvaba mis geranios del agua, pensé: un alcalde no es turista de lujo. Es el capitán del barco en plena tempestad. Y por eso le digo a don Galindo: sus trofeos no limpian las cloacas, sus viajes no tapan baches, y sus ausencias son heridas abiertas en esta ciudad.
Ojalá el alcalde viajero regrese pronto, pero no con selfies ni maletas. Que vuelva con escobas de verdad, con bombas de agua y, sobre todo, con voluntad de mojarse los zapatos junto a su gente. Porque San Luis no necesita alcaldes que cada quince días viajen en clase premier… necesita autoridades que no le huyan al lodo.
Con los pies fríos y la esperanza caliente, como atole de las seis de la mañana,
Doña Carmen
Vecina de la colonia La Esperanza, donde hoy el agua huele a decepción.
