Doña Carmen: Cuando el Ayuntamiento se vuelve teatro

Por: Doña Carmen, desde su patio donde cuece gorditas, con el humo de la leña y el coraje contenido.

Por: Doña Carmen, desde su patio donde cuece gorditas, con el humo de la leña y el coraje contenido.

¿Ya supo lo que pasa en el palacio municipal? Me lo contó la hija de la Chole, que trabaja ahí barriendo pasillos… Y no me extraña que ande con los ojos hinchados de llorar. Resulta que el señor alcalde, tan viajero él, dejó que unos “panistas” de la senadora metieran sus manos en nuestra casa común. ¡Como si el gobierno fuera títere de partidos!

La “ley mordaza” de la señora Korina Toro: ¡A los pobres empleados les han puesto un bozal! “Si hablan mal de Verónica Rodríguez, ¡fuera!”. ¿Y quién es ella? Pues una señorita que ya se cree alcaldesa… ¿Así o más claro? Como cuando en la escuela obligaban a los niños a aplaudirle a la maestra favorita. ¡Puro teatro!

El alcalde que “no ve nada”: Don Enrique Galindo Ceballos parece pájaro de paso. En vez de cuidar su gallinero, deja que los zorros impongan reglas. Y todo por no perder el apoyo de su partido… ¿Y nuestra ciudad? ¡Ahí nomás!. Los trabajadores, llevados como borregos: ¡Hasta los domingos los arrastran a eventos! “Domingo de pilas”, “día de talacha”… ¿Y su familia? ¿Y el descanso que merecen? Todo para que el alcalde no salga en fotos con butacas vacías, como cine de pueblo en lunes.

La Chuy me contó sobre el miedo que respiran los empleados en el ayuntamiento, que hasta para tomar agua van en grupos, “no sea que la tal Korina crea que están chismeando”. ¿En qué nos convertimos? Esto no es gobierno, es dictadura disfrazada.

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Y ya ni hablar del doble gasto, con lo que cuesta llenar un tanque de gas… ¡y ese dinero se va en eventos fantasma para llenar plazas! Dinero que podría ser medicinas o lámparas para la colonia.

No todo está perdido. Admiro a esos trabajadores anónimos que, aunque temblando, hacen su barrida bien hecha. A la señora de intendencia que le deja un vaso de agua fría al velador. Al chofer que lleva a los ancianos al médico aunque le digan “no te pagues”. Ellos sí honran el escudo de San Luis, no los que juegan al poder.

Esto es como un puesto de garnachas: Si el comal está sucio, si la masa tiene gusanos y el mantel lleno de moscas… ¿quién va a querer comer ahí? Así está nuestro Ayuntamiento: contaminado de ambición.

Mientras volteaba mis gorditas, pensé: “Un buen alcalde no es el que viaja más, sino el que escucha al que barre su plaza”. Si don Enrique quiere legado, que limpie su casa primero. Que despida a los incrustados que envenenan la confianza. Que deje de usar a los trabajadores como relleno de fiesta.

Ojalá recuerde que gobernar es servir, no actuar. Y que los aplausos forzados… se los lleva el viento.

Con el corazón apretado (y las gorditas listas para la cena),
Doña Carmen
Vecina de la cuadra donde el alcalde nunca pone un pie, pero sí exige votos

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