Doña Carmen: El año de Hidalgo en el municipio

Por: Doña Carmen, adornando su patio con banderas y faroles para el Grito.

Mire usted, aquí me tiene, sacudiendo el polvo del patio y colocando las banderitas tricolores, los listones y hasta un papel picado que me sobró del año pasado, porque ya se nos viene el 15 de septiembre. Y mientras acomodo la escoba y enderezo la escalerita para colgar la bandera, no puedo dejar de pensar en lo que pasa en esta capital potosina que tanto quiero.

Dicen los viejos del barrio que cuando un árbol se descuida, se seca desde la raíz. Y eso me viene a la mente al ver cómo la administración municipal de Enrique Galindo Ceballos se nos vino pa’ atrás, como los cangrejos. Lo poco que se había avanzado en el trienio anterior parece haberse borrado de un plumazo.

Los constructores se quejan, los empresarios murmuran, los comerciantes ven caer sus ventas, los ganaderos fruncen el ceño y hasta los maestros, que todo lo apuntan en la libreta, aseguran que el municipio capitalino dejó de trabajar. Y no es que lo diga yo nomás, es el sentir de mucha gente que hoy se siente decepcionada, defraudada y hasta sorprendida.

¿Y cómo no? Si las direcciones municipales están en manos de personas incapaces, que llegaron ahí nada más por ser amigos del alcalde. Como si dirigir un área fuera lo mismo que poner a hervir el pozole. El problema es que, mientras ellos aprenden —si es que aprenden—, los ciudadanos somos los que padecemos las consecuencias.

Yo le digo a usted que el alcalde está más ocupado en cuidar su imagen que en cuidar la ciudad. Mal asesorado y con la vanidad por delante. Y escuchar ese rumor de que desde ahorita Galindo y sus allegados ya andan preparando el “Año de Hidalgo: que chifle su madre el que deje algo”, pues nomás me revuelve más el estómago. Porque la política debería ser servicio, no saqueo.

Yo, desde este humilde patio, espero que cuando el alcalde rinda su informe, escuche las voces de quienes aún creemos que San Luis Potosí merece respeto. Y que no olvide que, así como uno prende la vela para festejar a la patria, también puede apagar la luz cuando alguien no cumple.

Porque, al final, las banderas se guardan, las fiestas terminan… pero la decepción de un pueblo dura mucho más.

Me voy pensando que deberíamos salir a gritar este 15 de septiembre: ¡Que vivan las calles arregladas y el agua potable! ¡Que vivan los funcionarios capaces! ¡Y que viva el verdadero trabajo, no las etiquetas falsas!

Con las manos manchadas de resistol de tanto pegar banderitas,
Doña Carmen
Ciudadana que prefiere ver el patio lleno de colores patrios antes que un municipio apagado por la falta de trabajo.

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