Hoy el coraje me hace tirar los trastes. ¿Ya supo lo último de nuestro alcalde Galindo? Sí, el que fue policía y ahora juega a “divide y vencerás” con los comerciantes, como si fuéramos gallos de pelea. Mientras el ambulantaje ahoga las calles, él se hace el desentendido y nos enfrenta unos contra otros.
Mientras me ajusto el mandil con rabia pienso en su “censito milagroso”: El alcalde viajero asegura que solo hay 500 ambulantes, pero hasta el perro de don Pepe sabe que son más de 2,300. Basta con pisar el mercado para ver cómo los puestos tapizan las aceras como un mosaico de caos, las mercancías se apilan hasta en los pasos peatonales y los comerciantes formales se ahogan entre el desorden y las clausuras.
Y como si no fuera suficiente, el alcalde declara que “prefiere ambulantes a delincuentes”. Una ocurrencia digna de un mal chiste, porque claro que existe una tercera opción: dar empleos formales, apoyar negocios y ordenar la ciudad. Pero no, él prefiere dejar que el centro histórico se convierta en un tianguis del Apocalipsis.
La doble cara del “amigo entrañable” se nota cuando clausuran negocios formales —cinco en los últimos meses, incluso de cadenas grandes—, despiden trabajadores que luego terminan en el ambulantaje y, mientras tanto, Ángel de la Vega, su compinche en la Dirección de Comercio, hostiga a los establecidos como si fueran criminales. ¿La razón? Amiguismo puro, más pegajoso que mermelada en mantel.
En Plaza del Carmen ya circula un refrán nuevo: “Alcalde que fue policía… debería saber que su deber es poner orden, no fogatas”. Pero aquí, en vez de retirar ambulantes, retira empleos formales; en vez de crear plazas, crea desesperación. Y él tan campante, como si el centro no fuera un rompecabezas de caos.
Lo que más duele es la hipocresía con uniforme de autoridad: a los comerciantes formales nos exige cumplir normas, pagar impuestos y no estorbar; a los ambulantes, les dice que se acomoden, total, “son pobrecitos”. Y de seguridad, ni hablemos: con tanto desorden, hasta los rateros se pierden entre los puestos.
Eso no es gobierno, es una fiesta de disparates. Cierran negocios legales pero protegen la informalidad. Destruyen empleos y luego justifican diciendo que “es mejor tener ambulantes que delincuentes”. Mientras tanto, el centro histórico se convierte en un mercado medieval.
Pero que no se confunda el alcalde: el pueblo no es tonto. Vemos las clausuras injustas, anotamos los nombres de los despedidos y sabemos que detrás de cada ambulante hay un empleo formal que él mismo mató. Cuando lleguen las elecciones, al alcalde que siembra caos, el pueblo le cosechará el olvido.
Por ahora, toca aguantar… pero con la escoba en alto, barriendo por fuera y barriendo mentiras por dentro.
Mientras el alcalde cuenta ambulantes con los ojos cerrados,
Doña Carmen
Contadora de verdades que no entran en su censo de conveniencia.
