
Hoy prendí la radio y escuché la noticia: que reapareció el tal José Luis Romero Calzada allá por la Huasteca potosina. Y mire usted, no es que una se sorprenda ya de nada, pero hay quienes parecen tener más vidas que los gatos y más mañas que los políticos en campaña.
Ahí estaba otra vez, con su sonrisita de “yo no fui”, queriendo conmover a la gente con palabras dulces y promesas nuevas, como si no se acordara que ya perdió dos veces: una por la gubernatura y otra por la alcaldía. Pero pues, como dice el dicho, “quien por su gusto muere, hasta la muerte le sabe a gloria”, y este señor parece disfrutar eso de hacer el ridículo público con tal de seguir en la jugada.
Lo triste no es que quiera volver —porque ganas no le faltan—, sino cómo lo intenta. Porque usar la desgracia ajena, la tragedia de la gente de Ébano, como trampolín político eso sí que no tiene nombre. Bueno, sí lo tiene, y todos lo sabemos. Hay que tener estómago para convertir el dolor de otros en libreto, y la empatía en simple estrategia de cámara. Graba, publica, finge, y mientras tanto el pueblo sigue pidiendo ayuda de verdad, no poses pa’l Facebook.
A mí, que ya he visto pasar más gobiernos que tandas de olla de tamales, me queda claro que hay políticos que no cambian: nomás se cambian la piel, como las víboras, pero el colmillo lo traen igual de filoso. Y no falta quien les crea, porque hay gente buena que todavía confía, que piensa que esta vez sí será distinto. Pero la memoria, ay la memoria, esa no se borra con likes ni con discursos ensayados.
En la Huasteca, la gente sabe quién ayudó y quién nomás fue a tomarse la foto. Y cuando llegue la hora de votar, ya verá, el pueblo va a hablar con su voto, no con aplausos. Porque la dignidad no se vende ni se graba: se demuestra.
Yo sigo pensando que la política en México se parece a la espuma: sube, hace ruido, pero si no tiene sustancia, se desvanece rápido. Y este paisano apodado “El Tecmol”, con tanto show y disfraz, nomás confirma lo que siempre digo: hay quienes confunden la empatía con la utilería. El pueblo podrá ser paciente, pero no tonto. Porque en la vida —y en la política—, el que juega con fuego, acaba oliendo a humo.
Con un suspiro y los ojos puestos en la Huasteca que merece respeto,
Doña Carmen
Potosina que prefiere un fracaso honesto a un éxito tramposo.










