Por Doña Carmen, barriendo vidrios rotos en su patio tras la granizada
¡Ay, santísima Virgen de Guadalupe! ¿Ya vio lo que pasó en San Luis? Un juniorsito enojado, más ebrio que canto de borracho en domingo. Resulta que este Damián Romero —hijito de papá diputado, de esos que creen que México es su hacienda— se le antojó entrar al antro de la plaza Tangente, ¡pero más borracho que cubeta de pulque!
Los cadeneros, que no son tontos, le dijeron: “Joven usted anda muy “pedo”, mejor váyase a dormir la mona”. ¡Ah, pero el niñito bien! En vez de agarrar su taxi como cualquier mortal, volvió con sus escoltas… que para mí son puros matones con corbata. ¡Y zas! Empezaron a soltar balazos como si fuera piñata de balas de alto poder, no de dulces. ¡Qué barbaridad! La gente corriendo, mesas volando… hasta las copas de tequila lloraron.
Y eso que el papá —ese tal “Tecmol”— ya nos había dado el ejemplo. ¡De tal palo, tal astilla! Pero esta astilla salió podrida… ¿Ve usted? A los mirreyes malcriados les enseñan que las leyes son para los del barrio, no para ellos. Si el pobre se pasa un alto, lo multan; si el niño de papá dispara, le dan abrazo de “muchacho travieso”.
Lo peor fue el susto de la gente. Jóvenes bailando, niñas ilusionadas con sus tacones… ¡y de repente, plomo en vez de reggaetón! Eso no es “defensa personal”, es cobardía con escolta. Como dice el refrán: “Perro que ladra no muerde, pero éste mordió con sicarios”.
Y ahora, ¿qué? Seguro al mocoso lo esconden en su casa de cinco pisos, con alberca y todo, ¡ mientras los del antro y hasta el dueño se pusieron a temblar! Porque ya sabemos: cuando el poderoso hace de las suyas, el pueblo paga los vidrios rotos.
Pero ojo: el miedo se barre como los cristales, pero el coraje se acumula como polvo. Ya verá usted… la gente de San Luis no olvida. Y aunque ese Damián crea que la vida es su antro privado, se le va a acabar la fiesta. Porque hasta el teporocho más humilde sabe: “Al borracho y al mentiroso, la madrugada los delata”.
La justicia puede tardar, pero siempre llega… aunque sea con chanclas y no con tanquetas.
Con la escoba en la mano y el oído pegado a las noticias del radio,
Doña Carmen
Vecina que prefiere el canto de los grillos al ruido de las balas.
