Doña Carmen: La lealtad que huele a podrido

Por: Doña Carmen mientras ordena su altar con veladoras nuevas y habla con su difunto marido.

Esta noticia del señor Adán Augusto y sus compadres amparados me tiene el paladar amargo. Resulta que el tal don Adán Augusto, que dizque era el brazo derecho, el confidente, el “hermano político” del mero mero, anda embarrado en cosas de huachicol fiscal, empresas fantasma y quién sabe cuántas triquiñuelas más. Y uno que pensaba que esos de la Cuarta venían a barrer la casa… ¡pues parece que nomás cambiaron la escoba!

Mire usted, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y ahí tiene uno al ex presidente, que cuando le hablaban del Adán, nomás sonreía y decía: “es mi hermano”. ¡Hágame el favor! Si a mí me llega un yerno con esos antecedentes, lo siento mucho, pero ni al mole lo invito. Pero ya ve, en la política la lealtad mal entendida es como cuando una insiste en guardar el sartén viejo “porque todavía sirve” hasta que se le pega todo y el humo te deja ciega.

Y ora sale la doctora Sheinbaum queriendo mostrar que sí tiene mano dura, que ya no se va a dejar mangonear por los de uniforme ni por los herederos del poder. Que si ya agarraron al Bermúdez, que si los sobrinos incómodos de los militares también caen… pero nomás falta que se atreva con el hermano del ex patrón. Porque de nada sirve lavar la ropa si dejas los calzones más sucios escondidos en el fondo del bote.

Yo no digo que sea fácil, ¿eh? En este país, romper con los compadres del poder es como tratar de desenredar los cables de la licuadora: uno jura que ya soltó todo, y de pronto ¡zas!, se enreda de nuevo. Pero si la nueva presidenta quiere demostrar que de veras manda, tiene que empezar por limpiar su propia cocina. Porque mientras Adán siga moviendo los hilos desde el Senado, eso de la “cruzada anticorrupción” suena igualito que las promesas de los vendedores de cremas milagrosas: pura hablada y cero resultados.

Así que, mientras le doy una desempolvada a la foto de mi difunto viejo, pienso que en esto de la política, la lealtad es como el agua: sirve para limpiar, pero si se estanca, apesta. Y ya lo decía mi difunto: “cuando el río suena, es porque el drenaje está tapado”.

Ojalá la señora Sheinbaum entienda que más vale un acto de justicia incómodo que una complicidad elegante. Porque el pueblo no olvida, y cuando llegue la hora de las cuentas, no habrá lealtad que valga. Porque en política, la lealtad mal entendida suele ser el atajo a la ruina.

Con las veladoras encendidas y la nostalgia haciendo sombra en el altar,

Doña Carmen
Ciudadana que prefiere una verdad incómoda a una mentira conveniente.

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