Doña Carmen: Los remedios que nunca llegan

Por: Doña Carmen, mientras remienda un delantal en su patio de la Nezahualcóyotl.

Por: Doña Carmen, mientras remienda un delantal en su patio de la Nezahualcóyotl.

Mire usted, anoche me contó mi comadre Lupita —la que trabaja de enfermera en el IMSS— que lo que viene en el 2026 es para ponerse a llorar… ¡o a rezar! Dicen que Hacienda le va a apretar las costuras al presupuesto de los hospitales. ¡Como si ya no estuvieran más descosidos que calcetín de vagabundo!

Le cuento: en el Centro de Salud, el baño parece charco después de aguacero. Las paredes tienen más moho que mi maceta de la lluvia, y las camillas… ay, santísima, parecen tortillas viejas: dobladas y llenas de hoyos. Y ahora quieren “compactar” —¡qué palabra tan bonita para decir recorte!— como si los enfermos fueran tamales apretujados en la olla.

¿Sabe lo peor? Que a los doctores jóvenes, en vez de pagarles, los anotan como “voluntarios”. ¡Voluntarios! Como si curar a un niño con dengue fuera lo mismo que ayudar en la kermés del barrio. ¿Y los equipos? Ni para tomar la presión hay. Mi comadre dice que llevan su propio termómetro, como quien lleva enchiladas al trabajo.

Y no me vengan con que “no hay lana”. ¡Si hasta en el puesto de esquina hay para los refrescos de los políticos! Pero para comprar algodón o jeringas… ay, entonces se hacen los locos. Es como si a uno le dijeran: “Doña, aquí tiene su casa, pero sin techo, sin agua y con cucarachas de compañeras”. ¡Pues no! Un hospital sin medicinas es como un molcajete sin piedra: puro adorno para el sufrimiento.

Ahí está el ISSSTE, con su fila desde las 4 de la mañana. Gente con dolor de huesos, viejitos temblando… y adentro, qué hay: promesas vacías y sanitarios que huelen a abandono. Hasta los enfermeros andan como ánimas en pena, pidiendo por favor que no se les muera un paciente por falta de suero.

La cosa es clara: cuando le recortan el caldo al enfermo, no es “ahorro”, es castigo. Castigo para el que hace fila con fiebre, para el que vende sus gallinas pa’ comprar un antibiótico, para la partera que pide guantes con los ojos suplicantes.

Pero ojo… un pueblo que aguanta hambre, frío y balazos, no se muere tan fácil. Nos han partido como piñata, pero hasta de los golpes caen dulces. Y si el gobierno no pone el remedio, ya sabe el refrán: “Cuando el tecolote canta, el indio inventa la pomada”.

Nos tocará armar hospitales con coraje, juntar vendas con esperanza y sanar heridas con rabia convertida en ternura. Porque al final, como este delantal remendado: lo que se cura con amor, aunque lleve parches, aguanta.

Con el oído pegado a los muros del hospital y las manos en la tierra de sus macetas,
Doña Carmen
Vecina que sabe que un guisado sin sal cura menos que un gobierno sin alma.

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