Editorial – La violencia política en México

La violencia política que azota a México se ha convertido en un desafío formidable, poniendo en jaque la integridad de la democracia en el país. El reciente asesinato de candidatos y precandidatos, como los casos de Miguel Ángel Reyes Zavala y Armando Pérez Luna en Michoacán, ilustra la trágica realidad que enfrentan aquellos que aspiran a liderar desde la esfera pública.

En un país donde la pluralidad de voces debería ser celebrada como un pilar de la democracia, la violencia política está cobrando un precio demasiado alto. Este fenómeno no solo priva a la sociedad de opciones genuinas, sino que también ahoga la posibilidad de un debate robusto y diverso sobre los problemas que enfrenta México.

La pregunta que surge es: ¿por qué la política, que debería ser un campo de ideas y diálogo, se ha convertido en una arena de riesgo mortal? La respuesta no es sencilla y radica en una combinación de factores complejos, entre ellos la presencia de grupos criminales que buscan infiltrarse en la esfera política para garantizar su impunidad.

La intimidación y el miedo se han instalado como elementos nefastos en el proceso democrático. La reticencia de algunos aspirantes a participar en las elecciones, como respuesta al clima de inseguridad, revela una realidad alarmante: la violencia política no solo afecta a aquellos directamente involucrados, sino que también tiene un impacto en la salud misma de nuestra democracia.

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La violencia contra candidatos se ha concentrado en estados afectados por la violencia criminal, como Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Puebla, Estado de México y Jalisco. Los asesinatos de candidatos están más relacionados con las actividades de organizaciones criminales que con la competencia electoral directa. Los carteles mexicanos aprovechan los ciclos electorales locales y la escasa protección gubernamental para atacar a políticos y obtener control sobre gobiernos locales.

La sociedad también tiene un papel crucial en este escenario. Es momento de unirnos en un llamado firme a la tolerancia y al respeto por las divergencias de pensamiento. La pluralidad política debe ser salvaguardada como un valor fundamental, y la violencia nunca puede ser tolerada como medio para silenciar voces discordantes.

La esperanza radica en la determinación colectiva de cambiar este sombrío panorama. Las instituciones deben fortalecerse, la impunidad debe erradicarse y la sociedad civil debe ser un baluarte en la defensa de la democracia. Solo con un esfuerzo conjunto podremos liberar a la política de las cadenas de la violencia y permitir que florezca como un espacio verdadero de representación y debate.

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