El reciente llamado a la unidad de la presidenta Claudia Sheinbaum en medio de un conflicto interno en Morena resulta, por decir lo menos, vergonzoso. En un momento en que las acusaciones de irregularidades en el uso de recursos públicos entre los coordinadores de su partido en el Senado y la Cámara de Diputados están a la orden del día, su exhorto parece más un intento de ocultar las fisuras que una verdadera invitación a la cohesión.
Las diferencias entre Adán Augusto López y Ricardo Monreal han puesto en evidencia no solo el desacato interno dentro de Morena, sino también una alarmante falta de transparencia. Adán Augusto ha señalado que durante la gestión de Monreal se firmaron contratos que podrían estar relacionados con corrupción, mientras que Monreal ha descalificado estas afirmaciones como “infundios”. En este contexto, el llamado de Sheinbaum a la unidad parece más un intento por silenciar las voces disidentes que una verdadera búsqueda de soluciones.
Al hacer un llamado a la unidad sin abordar las acusaciones específicas que surgen entre sus propios líderes, Sheinbaum revela un pacto de impunidad que podría estar arraigado en el Gobierno de México. Al minimizar las disputas internas como “asuntos normales”, su mensaje puede interpretarse como una defensa del status quo, donde las irregularidades se ignoran en lugar de ser investigadas y sancionadas. Esto no solo erosiona la confianza de los ciudadanos en sus líderes, sino que también envía un mensaje claro: la lealtad al partido puede prevalecer sobre la rendición de cuentas.
La política debe ser un reflejo de los intereses y necesidades del pueblo, no un campo de batalla para disputas internas y corrupción. El llamado a la unidad debería ir acompañado de un compromiso firme hacia la transparencia y la ética. Los ciudadanos merecen saber que sus representantes están actuando con integridad y que las acusaciones serias son tratadas con la gravedad que merecen. Ignorar estas preocupaciones solo perpetúa una cultura política tóxica que favorece el amiguismo y el influyentismo, conceptos que Sheinbaum misma ha criticado en discursos anteriores.
El llamado a la unidad por parte de Claudia Sheinbaum es insuficiente y llega en un momento crítico donde las acciones hablan más que las palabras. La verdadera unidad debe construirse sobre principios sólidos de transparencia y responsabilidad. Sin estos elementos, cualquier intento por mantener la cohesión dentro del partido se verá como una fachada para encubrir prácticas corruptas y un pacto tácito de impunidad entre sus líderes. La ciudadanía merece más; merece líderes que no solo hablen de transformación, sino que actúen con justicia y ética.