Editorial… Sobre la pesadilla de México llamada Trump

La relación entre México y Estados Unidos siempre ha sido compleja, pero bajo la presidencia de Donald Trump (2017-2021), se convirtió en una pesadilla estratégica. Con un discurso nacionalista y políticas impredecibles, Trump no solo desafió la diplomacia tradicional, sino que convirtió a México en el blanco de sus promesas populistas. Su retórica, cargada de estereotipos, y sus decisiones unilaterales dejaron cicatrices profundas en la economía, la política migratoria y la autoestima nacional. Esta es la crónica de un vecino que, durante cuatro años, usó a México como chivo expiatorio de su proyecto de “América primero”.

La obsesión de Trump con frenar la migración se tradujo en medidas que traumatizaron a miles de familias. Su insistencia en construir un “muro grande y hermoso” —pagado supuestamente por México— simbolizó el desprecio hacia un país al que acusó de enviar “violadores y narcotraficantes”. Más allá del simbolismo, políticas como Quédate en México (MPP), que obligaba a solicitantes de asilo a esperar en territorio mexicano, sobrecargaron la frontera norte y expusieron a migrantes a violencia e inseguridad. Las redadas masivas y las separaciones familiares —con más de 5,500 niños arrancados de sus padres— mancharon la imagen de EE.UU. y convirtieron a México en un campo de batalla humanitario.

Para Trump, el comercio no era cooperación, sino un juego de suma cero. En 2018, amenazó con abandonar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), pilar de la economía mexicana, que representa el 80% de sus exportaciones. Tras meses de presiones, el T-MEC (USMCA) se firmó en 2020, pero no como un avance mutuo, sino como un recordatorio de la asimetría entre ambos países. México cedió en temas laborales y automotrices, mientras Trump festejó la renegociación como una “victoria histórica”. El mensaje fue claro: bajo su mandato, la interdependencia económica no impediría la coerción.

En 2019, Trump lanzó otra bomba: impuso aranceles del 5% a todas las importaciones mexicanas, exigiendo medidas drásticas contra la migración centroamericana. La táctica funcionó: México desplegó a la Guardia Nacional en su frontera sur, internalizando la agenda antiinmigrante de su vecino. Aunque los aranceles se retiraron, el episodio reveló la vulnerabilidad de un país cuyo PIB depende irremediablemente de EE.UU. Cada tweet de Trump podía desplomar el peso o espantar inversiones, recordándole a México que, en esta relación, él llevaba la batuta.

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Trump no solo atacó políticas; cuestionó la soberanía mexicana. En 2018, sugirió enviar tropas estadounidenses a “eliminar a los narcotraficantes”, ignorando cualquier protocolo diplomático. Sus críticas al presidente López Obrador —a quien llamó “poco efectivo”— erosionaron el ya frágil diálogo bilateral. Mientras México intentaba mantener la calma con una estrategia de “prudencia”, Trump convertía cada desacuerdo en un espectáculo mediático, donde la dignidad nacional era moneda de cambio.

El trumpismo dejó lecciones amargas. Primero, que la retórica xenófoba puede redefinir relaciones centenarias en meses. Segundo, que la dependencia económica es un arma de doble filo. Y tercero, que la dignidad en la diplomacia no se negocia. México aprendió, a punta de sustos, que necesitaba diversificar sus alianzas, fortalecer su mercado interno y repensar su estrategia migratoria.

Sin embargo, la pesadilla también reveló resiliencia. El T-MEC, aunque imperfecto, sigue en pie. La sociedad civil mexicana se volvió un baluarte para defender a migrantes. Y la elección de Joe Biden en 2020 mostró que el trumpismo no era eterno.

Donald Trump fue un espejo incómodo para México: reflejó sus debilidades, pero también su capacidad de adaptación. Su legado no es solo un muro inconcluso o tratados renegociados, sino un recordatorio de que, en un mundo incierto, la soberanía se defiende con astucia, no con bravatas. La pesadilla no terminó y su eco persiste: en cada tensión fronteriza, en cada fluctuación del peso, en cada niño que aún busca a sus padres. México sigue despertando, pero ahora sabe que, frente a los Trumps del mundo, la mejor defensa es no volver a dormirse.

editorial@revistapuntodevista.com.mx

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