El reciente recorrido del gobernador Ricardo Gallardo Cardona por la Huasteca dejó algo más que ayuda material: dejó un mensaje incómodo pero necesario. En medio del barro y los caminos destrozados por las lluvias, señaló lo evidente: hay quienes llegan con veinte despensas y se van con cien fotos, más preocupados por el encuadre que por la gente.
En tiempos donde la solidaridad se mide en “likes” y la empatía se disfraza de selfie, las palabras del gobernador tocan una fibra sensible. La tragedia se ha convertido en escenario para algunos que buscan reflectores, no soluciones. Mientras tanto, brigadas del gobierno estatal y voluntarios genuinos trabajan sin cámaras, levantando caminos, entregando electrodomésticos, reconstruyendo hogares y devolviendo dignidad a quienes lo perdieron todo.
El contraste es evidente: unos se embarran de fama; otros se ensucian de verdad. No hay glamour en cargar costales, en reparar un puente o en dormir poco para que otros recuperen la luz o el agua. Pero ahí, en lo invisible, es donde se mide la verdadera responsabilidad social y política.
Gallardo, con su estilo directo y pragmático, volvió a poner el ejemplo. Su mensaje no solo fue para los oportunistas del desastre, sino también para la ciudadanía: que la ayuda sincera no presume, actúa. Y aunque su crítica pueda incomodar a más de uno, deja claro que en San Luis Potosí la prioridad es reconstruir, no posar.
Porque los potosinos —sobre todo los de la Huasteca— no quieren discursos ni sesiones de fotos, sino resultados. Prefieren manos que trabajen antes que influencers con chaleco. En esa línea, el gobernador parece decidido a recordarle a todos que la solidaridad auténtica no necesita reflectores, solo compromiso.
La enseñanza es simple pero contundente: cuando el lodo cubre los caminos, las cámaras sobran y los hechos hablan.
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