Editorial… Sobre Morena entre fracturas, escándalos y el peso de la lupa internacional

El proyecto político aglutinado en Morena, eje de la llamada Cuarta Transformación (4T), atraviesa una tormenta interna de intensidad inusual. La imagen de militantes “dándose hasta con la cubeta” no es solo retórica; refleja una lucha abierta que trasciende la mera disputa ideológica o programática. Los recientes problemas judiciales y de imagen que afectan a figuras como Andrés “Andy” López Beltrán, Sergio Gutiérrez Luna y Adán Augusto López, junto con el surgimiento de “tribus” internas y la sombra de investigaciones estadounidenses, configuran un escenario de alta complejidad que merece un análisis desapasionado.

Morena nació como un movimiento amplio, unido por el liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador y la oposición al “régimen anterior”. Su rápido ascenso al poder, sin embargo, no estuvo acompañado de una institucionalización interna sólida. Con la sucesión presidencial en el horizonte, la ausencia de mecanismos claros y democráticos para definir candidaturas y liderazgos ha dado paso a la formación de facciones leales a figuras como Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López o Ricardo Monreal. Estas corrientes internas libran una batalla por el control del partido, sus recursos y su narrativa, poniendo en riesgo la unidad forjada en la oposición y convirtiendo a Morena en un campo de disputa donde cualquier medio parece válido.

Los problemas legales y de reputación que enfrentan López Beltrán, Gutiérrez Luna y Adán Augusto López son, más allá de su dimensión judicial, síntomas de la lucha interna. Cada caso debilita no solo al individuo, sino a la facción que representa, y es utilizado como arma política mediante filtraciones, insinuaciones y circulación de información verificada o no. Estos episodios erosionan la narrativa de cambio ético y afectan la imagen colectiva del partido y del gobierno ante la opinión pública.

La mención de que autoridades de Estados Unidos tienen “bajo la lupa” a políticos y funcionarios de Morena introduce un elemento de alto riesgo. Estas investigaciones, especialmente en temas como lavado de dinero, vínculos con el crimen organizado o corrupción, pueden derivar en sanciones, extradiciones o congelamiento de activos. Además, convierten conflictos internos en asuntos de seguridad nacional y relaciones bilaterales, afectando la credibilidad de las instituciones mexicanas para investigar a sus propios actores. También representan un arma de doble filo: si se usan para golpear rivales internos, pueden provocar un efecto bumerán que dañe al proyecto en su conjunto.

La fragmentación de Morena es, en parte, un fenómeno natural en un partido joven que pasó de la oposición al poder absoluto en tiempo récord. La concentración de poder atrae ambiciones y conflictos, y la falta de instituciones internas para gestionarlos los agrava. La figura de López Obrador ha sido hasta ahora el principal elemento cohesionador, pero su papel en esta transición de liderazgo es limitado. El ambiente de “todo vale” y el regodeo ante las desgracias ajenas envenenan el debate político y dificultan cualquier gobernabilidad basada en consensos.

Las investigaciones internacionales no son un problema exclusivo de Morena, pero su posición de poder las hace más visibles y peligrosas. Señalan la debilidad estructural del Estado mexicano para garantizar la integridad de sus actores políticos y combatir la impunidad sin depender de presiones externas. El reto central es si Morena podrá gestionar esta crisis interna sin que la 4T se fracture irremediablemente.

La imagen de una “4T rota” es potente, aunque quizá prematura. El partido está en una encrucijada crítica, desgarrado por luchas faccionales, escándalos que debilitan a figuras clave y la amenaza latente de investigaciones internacionales. Esta tormenta perfecta tiene menos que ver con ideología y más con poder, ambición y ausencia de reglas internas claras. La capacidad para institucionalizar sus conflictos, contener el daño de los casos individuales y manejar la presión internacional será determinante no solo para su futuro electoral, sino para la viabilidad misma del proyecto político que encabeza. La magnitud de la crisis plantea interrogantes profundos sobre la estabilidad política y la calidad democrática en México, más allá de la suerte de un solo partido.

editorial@revistapuntodevista.com.mx

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