MRS / Revista Punto de Vista / 06 de Mayo 2025
Ayer, el partido Morena aprobó en sus estatutos comprometerse con la “austeridad y la humildad”, prohibiendo el uso de camionetas lujosas y aviones privados. Horas después, el senador Gerardo Fernández Noroña protagonizó una escena que resume la brecha entre la retórica y la práctica: abandonó el lugar en una Volvo valuada en 1.6 millones de pesos. La justificación de la dirigencia partidista no se hizo esperar: la presidenta de Morena, citando una lógica difusa, declaró que condenan solo los “excesos absolutamente excesivos”, pues, según ella, hay “excesos buenos” y “excesos del bienestar”. La contradicción no podría ser más reveladora.
El episodio expone un patrón recurrente en la clase política: la elaboración de códigos éticos como ejercicio de imagen, no de principios. Morena, partido que se autoproclama defensor de los pobres y abanderado de la “cuarta transformación”, insiste en que sus miembros deben vivir con sencillez. Sin embargo, cuando un integrante de su élite incumple abiertamente estas normas, la respuesta no es una sanción, sino una racionalización cómoda. La distinción entre “excesos buenos” y “excesos malos” carece de sustento ético y legal: ¿quién define qué es “absolutamente excesivo”? ¿Es el precio de la camioneta, el modelo, o la cercanía del funcionario al círculo de poder?
La justificación de la dirigencia no solo es insuficiente, sino peligrosa. Al normalizar la idea de que algunos lujos son permisibles si se enmarcan en un “bienestar” ambiguo, se institucionaliza la hipocresía. Si un Volvo de 1.6 millones no es considerado excesivo, ¿qué lo sería? ¿Un Ferrari? ¿Un jet privado con baño de oro? La falta de parámetros claros convierte la austeridad en un eslogan vacío, útil para criticar a otros, pero no para autorregularse.
La austeridad, en teoría, debería ser un mecanismo para reducir la brecha entre representantes y representados, y para destinar recursos públicos a prioridades sociales. Sin embargo, cuando se aplica de manera selectiva, se convierte en una herramienta de marketing político. Morena no es el primer partido en caer en esta trampa, pero su insistencia en presentarse como una alternativa ética al “prian” lo hace especialmente vulnerable a la crítica.
El caso de Noroña no es aislado. Es síntoma de una cultura en la que ciertas figuras se consideran inmunes a sus propias reglas. Si la dirigencia justifica este acto con semántica flexible (“excesos del bienestar”), envía un mensaje claro: las normas son para los demás, no para los elegidos. Esto corroe la credibilidad de cualquier proyecto que se diga transformador.
La ciudadanía está harta de discursos grandilocuentes seguidos de acciones mezquinas. Si Morena quiere ser congruente con su retórica de austeridad, debe establecer criterios transparentes, aplicar sanciones ejemplares y, sobre todo, entender que la humildad no se decreta: se practica. Mientras un senador viaje en una camioneta que cuesta lo mismo que 10 años de salario mínimo, y su partido lo excuse, la “cuarta transformación” será recordada, irónicamente, como la era de los excesos bien justificados.
La política mexicana no necesita más eufemismos, sino líderes que entiendan que la verdadera austeridad no es un privilegio, sino un compromiso con la justicia social. Mientras eso no ocurra, seguiremos viendo Volvos estacionados junto a discursos de humildad.
