
MRS / Revista Punto de Vista / 05 de junio 2025
Mientras colonias enteras de la capital luchaban contra las aguas desbordadas, con calles convertidas en ríos y viviendas transformadas en piscinas de lodo y desesperación, el alcalde Enrique Galindo empaquetaba su indiferencia. Su destino no fue la primera línea de la emergencia, el centro de operaciones saturado, o las comunidades destrozadas clamando por liderazgo. No. El “alcalde viajero” eligió Atlanta, Estados Unidos, llevándose no solo su ausencia física, sino también una comitiva pagada por el ya exhausto erario municipal: su esposa, la senadora suplente Estela “Fashionista” Arriaga, funcionarios municipales y, para colmo de la desfachatez, periodistas.
Este viaje, orquestado bajo la endeble etiqueta de “gira de trabajo”, es un insulto monumental a la inteligencia ciudadana y una puñalada trapera a las miles de familias que, en esos mismos días, veían cómo las aguas les arrebataban su patrimonio, sus recuerdos y su seguridad. ¿Qué “trabajo” urgente en Atlanta justifica abandonar la ciudad en su hora más crítica? ¿Qué negociación estratégica requiere la presencia de la esposa del alcalde, cuya función pública es claramente ajena a la gestión municipal? La imagen de la “Fashionista” Arriaga, conocida más por su estilo que por su labor legislativa, disfrutando de Atlanta mientras sus conciudadanos bombeaban agua de sus salas, es el símbolo perfecto de una élite desconectada y arrogante.
La cuestión no es solo la ausencia, es el despilfarro. Cada peso gastado en boletos de avión, hoteles, viáticos y comodidades para esta comitiva -especialmente para quienes no tienen una función técnica o política verificable en una supuesta gira municipal- es un peso robado a las arcas que deberían estar destinadas a bombas de agua, albergues, medicinas y la reconstrucción. Es cinismo puro hablar de austeridad mientras se financia un viaje de placer disfrazado en plena catástrofe.
El momento no podría ser más obsceno. Galindo no solo falló en estar presente cuando su ciudad lo necesitaba desesperadamente; optó activamente por ausentarse para un periplo internacional de dudosa necesidad. Abandonó el barco, literalmente, cuando este se hundía. Este acto trasciende la simple negligencia; es una clara demostración de prioridades torcidas y una profunda falta de empatía y sentido del deber. Mientras los capitalinos se organizaban en brigadas de solidaridad vecinal, su alcalde delegaba la crisis para “relajarse” (porque, seamos honestos, ¿qué otro calificativo merece este viaje en este contexto?) a miles de kilómetros, con cargo al contribuyente.
Este episodio no es un error aislado; es el capítulo más reciente y bochornoso de la “saga Galindo”: el alcalde perpetuo en movimiento, siempre con la maleta lista para escapar de los problemas que su gestión, o falta de ella, contribuye a generar. Es el patrón de un gobernante que confunde el cargo público con un trampolín para beneficios personales y viajes suntuosos.
Enrique Galindo dio la espalda a su ciudad en el momento crucial. Su viaje a Atlanta no es un simple desliz; es la crónica de una traición cívica financiada con el dinero de quienes sufren. Es la prueba viviente de que, para algunos en el poder, la emergencia de los demás es solo una molestia lejana, un ruido de fondo que no debe interrumpir su bienestar a costa del erario. La capital merece un alcalde presente, comprometido y austero, no un turista de lujo con cargo al sufrimiento ajeno.










