MRS / Revista Punto de Vista / 07 de agosto 2025
La escena fue tan elocuente como un discurso: una silla vacía con el nombre de Andrés Manuel López Beltrán en el Consejo Nacional de Morena. No fue un descuido protocolario, sino el símbolo incómodo de una fractura que ya rasga la cúpula del partido gobernante. La guerra fría entre la presidenta nacional, Luisa María Alcalde, y el secretario de Organización, “Andy” López Beltrán, hijo del expresidente, ha escalado de murmullos en pasillos a una batalla abierta por el control del partido y, crucialmente, por las candidaturas de 2027.
Lo que comenzó como roces internos – disputas territoriales, choques en campañas como la de Durango – ha mutado en un conflicto descarnado, alimentado por colosales egos y una lucha feroz por el poder real dentro de Morena. La ausencia de “Andy” en el Consejo del 20 de julio no fue casualidad, sino la primera gran jugada pública en este tablero de ajedrez envenenado. Las versiones que emergen desde el corazón morenista pintan un cuadro de calculada perfidia: Alcalde, sabiendo que López Beltrán estaría de vacaciones en Japón – con su previo aviso y supuesta aquiescencia de ella –, convocó deliberadamente el evento en esas fechas. La colocación de la silla con su nombre, resaltando su ausencia como un estandarte de deslealtad o debilidad, fue el golpe bajo, la declaración pública de hostilidades.
La reacción de López Beltrán, furioso desde el extranjero, acusando incluso a Alcalde de filtrar su ubicación (pues solo a ella le confió su itinerario), confirma que la confianza está hecha añicos. Su prolongada ausencia de la sede partidista, cercana al mes, fue el silencio elocuente de quien se siente traicionado y evalúa su próximo movimiento.
Pero reducir esto a un mero choque de personalidades sería miope. En el fondo late una batalla estratégica por el alma y el control operativo de Morena de cara a las elecciones intermedias de 2027, un proceso colosal que renovará 17 gubernaturas, la Cámara de Diputados federal y miles de cargos locales. Quien controle el partido y su maquinaria definirá candidaturas, repartirá influencia y moldeará el futuro político nacional.
Aquí es donde el conflicto adquiere una dimensión aún más peligrosa para la estabilidad morenista. La lectura dentro de la llamada 4T apunta a que Luisa María Alcalde estaría buscando – y encontrando – respaldo en la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, desde Palacio Nacional. El objetivo: consolidarse como la única dirigente formal y legítima del partido, desplazando y debilitando sistemáticamente el liderazgo y la influencia de López Beltrán. La jugada del Consejo sería un primer paso en esta estrategia de aislamiento. Se busca, según esta visión, cercenar cualquier intento de “Andy” de usar el peso del apellido y las supuestas “indicaciones de su padre” para influir decisivamente en las candidaturas del 27.
La gran incógnita es el papel de Andrés Manuel López Obrador. ¿Permitirá que su heredero político sea marginado? ¿Intervendrá para calmar las aguas o favorecerá tácitamente la consolidación de Sheinbaum-Alcalde? La reaparición de López Beltrán y el tono de su reintegro a las actividades partidistas serán los primeros indicadores.
Esta guerra interna no es un espectáculo trivial. Morena es el partido hegemónico, el eje del actual gobierno. Una fractura tan profunda en su dirigencia nacional, con dos figuras clave enfrentadas de manera tan visceral, introduce un elemento de profunda inestabilidad. La “unidad” tan cacareada se resquebraja ante los egos, las ambiciones y la lucha por el control de la maquinaria electoral más poderosa del país. La silla vacía de julio es solo el primer acto de un drama que podría definir no solo el futuro de Morena, sino también el rumbo político de México en los próximos años. El partido gobernante juega con fuego, y las chispas ya saltan a la vista de todos.
