No fue la marcha más violenta que autoridades del Gobierno de la Ciudad de México advirtieron. La marea feminista dejó en claro que no son una, sino miles y miles de mujeres que piden a gritos que la violencia feminicida acabe. Llenaron el Zócalo capitalino.
Gritos que buscaron llegar a los hombres que incurren en violencias normalizadas, que derriben culturas machistas y misóginas por muy imposible que parezca. Gritos que quieren de vuelta a las desaparecidas, las mujeres asesinadas. Gritos que pidieron que los agresores no salgan de la cárcel por un error en las investigaciones o en el Poder Judicial.
Esta marcha por el Día Internacional de la Mujer fue diferente a las anteriores, caracterizadas por las agresiones a policías.
Mientras mujeres vestidas de negro intentaron derrumbar las vallas colocadas en el Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana y generar destrozos, otras regalaban flores y hasta aplaudieron a las policías que resguardaban la marcha por la fecha conmemorativa. Fue en el Eje Central cuando la jefa Andrómeda de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) gritó: “¡Policía consciente, se une al contingente!”, lo que desató de inmediato la euforia y el clamor de las mujeres en señal de apoyo.
La tarde del martes, mientras el secretario de Gobierno de la capital, Martí Batres, daba cuenta en Twitter de decomisos de artefactos que serían usados en la marcha, los colectivos de mujeres gritaban “educar educar, para no violar” y “ey, idiota, las niñas no se tocan”.
El bloque negro se adelantó a las marchas que salieron del Ángel de la Independencia y del Monumento a la Revolución. Desinteresadas del resto de las manifestantes, comenzaron a destruir los vidrios del acceso de la estación del Metro Hidalgo y se lesionaron dos de ellas al caerles vidrios rotos; no permitieron la ayuda hasta que paramédicos lograron atenderlas.
Más tarde, se supo que una de ellas con un picahielo agredió en el rostro a una mujer policía justo en el pómulo. No la detuvieron porque esa es una orden de esta administración, no detener a las radicales del bloque negro. En otra circunstancia eso sería una tentativa de feminicidio.
Todo esto sucedía a la distancia, mientras el Ángel de la Independencia se pintaba de verde y morado. “El que no brinque es macho, el que no brinque es macho”, era el grito de lucha que encontraba eco rápidamente.
Eran las 14:00 horas y de diferentes zonas llegaron las manifestantes, se distribuyeron por todo el Paseo de la Reforma. Minutos más tarde, por otro extremo llegó otro contingente, que delimitaba su espacio con cintas de colores para evitar que se colaran personas ajenas al colectivo. Incluso, les daban la vuelta a quienes vestían de negro.
A la 15:00 horas la avenida estaba repleta, las consignas se unificaron en coros que parecían más cánticos.
Salieron lentamente, brincando, con batucada, con el puño arriba, mientras las policías del agrupamiento Atenea corrían por los costados para no perder la formación. Todo a distancia y sin confrontación.
Las pancartas eran claras en los lemas que exhibían: “Yo soy la tía de las niñas que no vas a tocar”. “Marcho porque estoy viva, pero no sé hasta cuándo”.
Una señora acompañada de sus hijas dijo que no esperaban que la marcha fuera violenta, sino que ellas acudían a manifestarse sin ningún problema. “No hemos visto violencia, sino a muchas mujeres hartas”, dijo.
Antes de llegar a la Glorieta de las Mujeres que Luchan los acordes de una guitarra acústica detuvieron la marea, las hizo agruparse en “manada”, como gritaban; luego comenzaron a cantar, sus voces marcaron toda la interpretación.
Las mujeres policías observaron a la distancia, relajaron un poco su formación y bajaron unos minutos los escudos. En cuanto empezaron a caminar las manifestantes, ellas corrieron con su equipo pesado. Sabían el recorrido, pues las uniformadas marcaron la vuelta que hicieron todos los contingentes para doblar por la Glorieta de las Mujeres que Luchan y volver a juntarse con más contingentes que esperaban en el Monumento a la Revolución. Ahí las manifestantes les dieron flores a las uniformadas, que las colocaron en medio de sus chalecos antibalas.
