MRS / Revista Punto de Vista / 07 de Diciembre 2024
La reciente expulsión de Enrique Galindo Ceballos del PRI marca un episodio que merece una reflexión profunda, no solo sobre el destino de este alcalde, sino sobre el estado de la política en México. Este acontecimiento deja al descubierto las tensiones internas de un partido en declive, la desconfianza ciudadana hacia sus líderes y, sobre todo, las implicaciones de no cumplir las promesas hechas en campaña.
Galindo Ceballos no es el primer político en ser señalado por incumplir compromisos o promover políticas impopulares, pero su caso tiene matices reveladores. Propuestas como el aumento de impuestos, en un país donde la carga fiscal ya pesa considerablemente sobre los ciudadanos, demuestran una desconexión con las necesidades de quienes confían en sus líderes para resolver problemas, no para agravarlos. Su salida del PRI, bajo el argumento de ir en contra de los principios del partido, envía un mensaje claro: los partidos políticos están bajo presión para reformarse y demostrar que pueden disciplinar a sus integrantes.
Sin embargo, no podemos ignorar que esta decisión llega en un momento crítico para el PRI. Años de desgaste electoral y percepción de corrupción han llevado al partido a una posición de debilidad. La expulsión de Galindo parece ser más un intento de demostrar firmeza ante el electorado que una acción genuina para proteger los ideales del partido.
La pregunta que surge es si esta medida será suficiente para restaurar la confianza ciudadana. La desafección política en México no se resolverá con expulsiones esporádicas, sino con un cambio estructural en la forma en que los partidos seleccionan a sus candidatos y supervisan su desempeño.
Además, este caso abre un debate sobre la rendición de cuentas en todos los niveles de gobierno. No basta con castigar a un alcalde; es imperativo construir un sistema donde el incumplimiento de compromisos tenga consecuencias reales y donde los ciudadanos sean escuchados y respetados.
El futuro político de Galindo Ceballos queda en duda, pero su historia debe ser una advertencia para otros líderes: la ciudadanía ya no está dispuesta a tolerar la falta de congruencia y el distanciamiento de sus necesidades. Por su parte, el PRI enfrenta el desafío de convertir esta expulsión en una acción coherente con un plan de reconstrucción que aborde las expectativas de los votantes.
La política mexicana no puede seguir siendo un juego de intereses individuales. Es hora de que los partidos y sus representantes entiendan que gobernar es, ante todo, un acto de servicio público. De no hacerlo, seguirán cavando su propia tumba en un panorama electoral cada vez más exigente.