MRS / Revista Punto de Vista / 30 de Mayo 2024
La elección presidencial de 2024 en México marca un hito histórico: por primera vez, el país elegirá a una mujer para ocupar la presidencia. Este evento, que debería ser motivo de celebración, se desarrolla en un contexto de violencia electoral, división política y la constante influencia del crimen organizado. Las principales contendientes, Claudia Sheinbaum, candidata oficialista, y Xóchitl Gálvez, candidata opositora, representan más que sus propias plataformas; encarnan la continuidad o la ruptura del legado del actual presidente Andrés Manuel López Obrador.
Claudia Sheinbaum, exalcaldesa de la Ciudad de México, llega a la contienda respaldada por la maquinaria de Morena, el partido fundado por López Obrador. Su campaña ha estado marcada por la defensa de las políticas del presidente, aunque con la promesa de ajustes en temas críticos como la seguridad. Sheinbaum, una científica pragmática, apuesta por la continuidad, buscando consolidar los programas sociales y las mejoras en los salarios mínimos que han sido bandera de la administración actual. Sin embargo, enfrenta el desafío de atraer a una clase media urbana que se ha sentido atacada y excluida por el discurso polarizador de López Obrador.
Por otro lado, Xóchitl Gálvez, empresaria y exsenadora, lidera una coalición que aglutina fuerzas conservadoras y de izquierda en un frente común contra el oficialismo. Gálvez critica duramente la política de seguridad del presidente y su centralismo, proponiendo un retorno a un Estado de derecho más fuerte y la retirada de los militares de tareas civiles. Su estilo directo y campechano busca conectar con las clases populares, intentando arrebatar a Morena parte de su base electoral.
A pesar de las diferencias en sus propuestas, lo que realmente moverá a los votantes es el deseo de continuar o romper con el proyecto de nación que ha representado López Obrador. El presidente, con su alta popularidad entre sus seguidores, ha polarizado a la sociedad mexicana, creando un ambiente de tensión política que permea todas las esferas del proceso electoral.
La violencia electoral es otro de los oscuros protagonistas de estas elecciones. Desde septiembre hasta mayo, se han registrado más de 80 ataques a aspirantes a cargos públicos, incluyendo asesinatos, secuestros y amenazas. Esta situación no solo pone en riesgo la vida de los candidatos, sino que también cuestiona la equidad del proceso electoral. La presencia del crimen organizado y la incapacidad del Estado para controlar la violencia y la impunidad son factores que siguen condicionando la vida política del país.
En este contexto, los analistas coinciden en que un Congreso sin mayorías claras sería el mejor escenario para la democracia mexicana. Un legislativo dividido obligaría a la futura presidenta a negociar y buscar consensos, lo cual podría moderar las políticas y evitar cambios constitucionales unilaterales. Sin embargo, un resultado cerrado en la elección presidencial podría desatar denuncias de fraude y llevar a una gran inestabilidad política, agravada por un Instituto Nacional Electoral (INE) polarizado y un tribunal electoral incompleto.
México se enfrenta a una elección crucial no solo por el hecho histórico de elegir a su primera presidenta, sino por el impacto que esta elección tendrá en el futuro del país. La violencia, la división política y la influencia del crimen organizado son retos que deben ser abordados con urgencia y seriedad. La esperanza reside en que el proceso electoral se desarrolle de manera justa y pacífica, permitiendo a la ciudadanía elegir libremente y construir un México más democrático y seguro.
Este 2 de junio salgamos todos a votar.